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tertulianes

el paso del tiempo

Caen los copos de nieve cubriendo la carretera y los árboles que la rodean. El paisaje, que no es muy original como marco literario, está emblanquecido. El cielo gris, cubierto de copos que bailan mientras se dejan caer reposando los unos en el otro, nos acompaña en este día frío de otoño y carretera. La nieve no ha dado tiempo a las ojas a cambiar de color y a caer por desidia. Ahora el peso de los copos acumulados las empuja hacia el suelo, un poco por sorpresa y todavía con pocas ganas. El sonido acompasado del limpiaparabrisas marca el ritmo del tiempo como segundos o latidos de corazón, y me recuerda lo lejos que ya quedan algunas cosas al mirar para atrás. El camino de regreso a Bucarest desde Transilvania, largo y tedioso, me permite repasar páginas pasadas, a menudo llenas de polvo y olvidadas, y mirar hacia atrás con cariño y una pizquita de nostalgia para darle eses sabor especial de los recuerdos. Con Magda repasamos y contamos los otoños pasados ya desde la primera tertulia. Clac; clac; clac; sigue el ritmo acompasado del limpiaparabrisas mientras va apartando los copos que se convierten en agua al tocar la luna frontal del coche. Un año, otro, una vivencia, otra, algunos que se sumaron a la tertúlia, algunos que se dieron de baja, aunque siempre de forma temporal, esperando un día volver. Pero estoy hablando en masculino, licencia que no me quiero permitir en una tertúlia mayoritariamente femenina, o de mujer, por aquello de que lo femenino está en todos, nosotros y vosotras. Así que como se me pidió una foto para ver el paso del tiempo, aprovecho para repasar, en algunas breves líneas, los recorridos que me han acompañado a lo largo de estas absencias de una tertúlia decidida, fuerte, flexible y acogedora que sigue construyéndose a sí misma día a día, libro a libro, cumpleaños tras cumpleaños y crónicas de viajes, de bodas, de desamores y de, en fin, todo lo que nos acompaña a lo largo de casi diez años que hace desde su inicio. He dejado cubrirme por la fina lluvia de Londres, de regreso del trabajo, cruzando el mercado de portobello para llegar a westborne park road y levantarme la solapa de la chaqueta mientras buscaba una cabina de teléfono. Todavía no tenía móvil, y en casa no había internet. Londres fue una ciudad acogedora, pero una ruina. Me fui. Pude regresar a la tertulia y conocer la terraza maravillosa de Maribel, mientras Pau se dormía viendo llegar a las tertulianas. Natalia ponía su saber literario, Alicia sus sabores africanos, Magda su pasión dialéctica, Montse todavía venía a veces, cuando no estaba en el pueblo, aunque pocas veces se había leído el libro. Maribel siempre hacía los deberes, y además nos acogía a todas con los brazos abiertos y los comentarios certeros sobre lo que se esconde detrás de lo que cuentan los escritores. No pretendo hacer repaso de todas las que éramos. Yo seguí viajando. Nos fuimos a conocer Nueva York, gracias a Natalia, y pudimos sentir las torres gemelas y lo que es pasearse por los brooklin hights. Tal vez fue el inicio del enamoramiento con Paul Auster? quien sabe. Ya el de Bolaño estaba consumado, gracias a los detectives salvajes, a las pesquisas en Blanes, a una muerte no anunciada para mi pero certera para él. Es un autor pendiente en la tertúlia. Pasé frío en los balcanes, vi elarse el Neretva y en verano como saltaban desde el antiguo puente, demolido por la barbarie de la guerra. Un símbolo reconstruido, posiblemente una de las pocas heridas realmente reconstruidas, las otras siguen sangrando. Demasiadas balas, demasiados odios que siguen latiendo. Clac; clac; clac; los copos siguen cayendo. Los coches estan parados. Las ruedas resbalan y hacemos una danza peligrosa sobre el asfalto. Pisé campos minados, recité poesia en serbio, y me olvidé ya de muchas cosas. Pero también regresé. Me instalé en Barcelona, una pequeña ciudad provinciana y llena de turistas, suciedad y calles mal olientes, pero que me robó el corazón. La tertulia quedaba a cuarenta minutos en tren; no demasiado lejos, pero puse otras prioridades en medio. Incluso "marre" tenía que venir a verme a Barcelona. Y sigue haciéndolo: en Bosnia, en Rumania. Pude seguir los libros que leíais y algunos leerlos también. Visité los gorilas en el Congo, bailé cumbia en Colombia, me sentí vacío al ver la nada absoluta despues del tsunami en Sumatra, tomé baños turcos en Kazajstan, me sentí parte de algo en Bethlem, y me indigné en muchas ocasiones, al igual que me ilusioné en muchas otras. Han pasado muchos años y la tertúlia sigue, lo que significa que las tertulianas están más vivas que nunca; y eso, a mi me da energías para seguir paseándome por el mundo, con ganas de regresar, sintiendo que hay algo en casa que sigue estando y que me espera, distinto, pero con las páginas abiertas, siempre que llame a la puerta. Hasta entonces, un beso muy grande a todas. Ivà

1 comentario

MARIBEL -

Querido Ivà, me he emocionado, me he ilusionado..., gracias por esta fotografia que nos has puesto aquí, ningún retrato la podría superar.Desprendes cariño, todo el que tu te mereces. Hasta pronto.